sábado, 5 de julio de 2014

Dylan, yo y nuestra adicción a la nicotina

1984 otra escapada a España: iba a por Bob Dylan.  Mochila de ésas que se clavaban a las caderas y el cielo de Madrid detrás del humo. Yo fumaba por entonces y en la pensión no podía hacerlo.  Me levanté temprano y bajé hasta la Castellana desde Cuatro Caminos (cosas de la vida, me quedaba en la calle Los Artistas) y de allí pateo, pateo, hasta la estación de Chamartín.

En un kiosko de la glorieta de Cuatro Caminos, donde acababa un horrible escalextric (ya desmontado) pedí fuego a un señor extranjero de cuarenta y pocos (qué raro, ahora tengo 49 años y no me gusta ser un señor).  Me pasó su cigarro después de tirar la ceniza y yo apuré a encender el mío. Cuando se lo devolví me di cuenta de que era él, el puto Dylan.  Me devolvió un gesto a mis, creo que logré decirlas,  gracias y siguió caminando.

El concierto, uno más: sin bis y hasta luego (Dylan, ¿quién si no?).  La mañana del día anterior con sabor a porras y café con leche fue inolvidable: encendí mi primer cigarro del día con la poesía de Bob Dylan.

Ahí es nada