1984 otra escapada a España: iba a por Bob Dylan. Mochila de ésas que se clavaban a las caderas y el cielo de Madrid detrás del humo. Yo fumaba por entonces y en la pensión no podía hacerlo. Me levanté temprano y bajé hasta la Castellana desde Cuatro Caminos (cosas de la vida, me quedaba en la calle Los Artistas) y de allí pateo, pateo, hasta la estación de Chamartín.
En un kiosko de la glorieta de Cuatro Caminos, donde acababa un horrible escalextric (ya desmontado) pedí fuego a un señor extranjero de cuarenta y pocos (qué raro, ahora tengo 49 años y no me gusta ser un señor). Me pasó su cigarro después de tirar la ceniza y yo apuré a encender el mío. Cuando se lo devolví me di cuenta de que era él, el puto Dylan. Me devolvió un gesto a mis, creo que logré decirlas, gracias y siguió caminando.
El concierto, uno más: sin bis y hasta luego (Dylan, ¿quién si no?). La mañana del día anterior con sabor a porras y café con leche fue inolvidable: encendí mi primer cigarro del día con la poesía de Bob Dylan.
Ahí es nada