Cuando veo a mi hijo de 5 años en la piscina municipal aprendiendo a nadar pienso "pero...si a mi me enseñó mi única hermana Ángeles (qepd) en el charco de Las Viejas con 9 años". Aquel charco alargado bebía la espuma de La Mar Fea y se unía al charco del Cura con la marea llena y era más profundo que este último cuando el mar besaba el Bar Piscina o las piedras de aquel muro donde tantas noches besé. A mi edad, aquel charco, era infinito. Una mañana de finales de septiembre con la mal convertida en aceite azul, Ella, que me sujetaba por mis visibles costillas, me soltó suavemente y ¡floté!. Y flote hacia el Océano, tan nervioso (pero seguro porque su mirada color miel me guiaba), que llegar a la Aguaisa (o Ahogadisa) fue como conquistar una isla reservada para los adultos. Estaba cerca de La Bartola desde donde se tiraban los más intrépidos, pues había que esperar esa subida que precede a la olas que morían en la cal de las primeras casas. Y una a una llegué hasta El Camello, El Coche y la Cuna, rocas ígneas que siempre desee conquistar desde el mar.
Fue uno de los días más felices de mi vida. Gracias Ángeles.