Me llamo Juan de la Milagrosa. El origen se perdió en la memoria de mi padre, pero lo que resulta penoso es que existen dos patéticos seres que creen que me molesta, que son idiotas vamos. Hace años ocurrió una anecdota en un hostal haciendo La Vía de la Plata, en un pueblo que se llama Galisteo. El joven recepcionista sudaba para meter el nombre en el ítem de la ficha, para la policía, y yo le dije que no importaba que se saliera y que pronto me lo cambiaría por uno más corto: Pi de La Milagrosa. Aquel día mi amigo, con el que tanto he reído, me dijo que le gustaba mi nombre y en en la próxima clase aparecería así, acepté la apuesta entre risas... y así fue ¡y tan orgulloso que estoy Papi!