Los genes reciben información a través de las moléculas y con el paso de las generaciones estos se convierten en idóneos, o no, para su compatibilidad con la vida. Que un gen tenga unas características X (nunca mejor dicho) a base de esa información generacional no necesariamente implica que esté activado. Y es aquí donde la conducta y nuestros hábitos juegan un papel de despertador ya que en el efímero espacio de nuestra existencia se pueden activar y convertirnos en lo que su letargo nos tenía deparado.
Sin llegar a los estudios como el de Hans Brunner (principio de los 90) donde presentaron "el gen del guerrero" encargado de producir una enzima que forma tal pelotera a quienes lo portan que se convierten en asesinos en potencia, podemos hablar para andar más por casa, del estudio de Richard Ebstein en el que demuestra que tener el gen AVPR-1 más corto que el resto de tus congéneres tienes muchas posibilidades de que seas mala persona.
Es por ello importante detectar en los colegios si el ambiente en que los niños se desenvuelven está afectado por alguien cuyo AVPR-1 no da la talla, ya que las posibilidades de que esto influya en la conducta y la formación de los mismos es bastante probable.