La maldad tiene la facilidad de subyugar a los más infelices. Quienes logran huir, se llevan en su ADN la génesis de la maldad y nada lo puede limpiar. Quienes no comparten genes y no pueden huir, se mimetizan a ella por miedo y sólo les queda pasar por la vida sofronizando a los ignorantes y sembrando el daño sin importarle ascendencia, consanguinidad o compañerismo. Pero la maldad no es perfecta: no soporta la indiferencia y desconoce el precio que tiene que pagar por ello.
Estudios científicos han demostrado una relación entre mente y cuerpo (ya conocida por muchas prácticas como el yoga). Una mente maligna fagocita el soma y la psiquis y, por fatiga, terminan dañados.
Lentamente, muy lentamente...