lunes, 22 de junio de 2015

Los Enanos inolvidables

Todos tenemos una fiesta favorita incluso sin necesidad de repetir cada año. Yo tengo varias, de ésas que no te puedes perder en la vida y que trascienden más allá de sus ciudades y países. ¿Cómo olvidarme de aquellas bandejas bajo jarras de cerveza en la Oktoberfest de Munich cuando era más joven y viajaba en incómodas guaguas que iban hacia el norte?.  Esperar a que reposara la espuma era desesperante y procurar no rozar a uno de aquellos ebrios arios serios que te miraban como miran a los Españoles allí se convertía en casi, casi, unos San Fermines en cuanto a "riesgo alcohol". Inolvidable.  Por cierto, no puede faltar en mi pequeña Moleskine tampoco la Fiesta que atrajo a Ernest Hemingway y nos dejó la suya en su novela homónima. Es curioso, y sólo como anécdota, el americano llegó a Iruña proveniente de París...yo también.  Los San Fermines huelen a todo...sobre todo a fiesta de la hostia (exclamción muy vasca sin ánimo de ofensa).

Recuerdo estar en un pub (cuando abrían hasta el amanecer) en una escapada solo a La Palma con 19 años bebiendo ron la Aldea, justo donde se elabora, con unas tres chicas del lugar,  y el lugar era San Andrés y Sauces.  No podía separar mis labios de los de una de ella ni mi mente del hecho de que a las 6 de la madrugada era la primera actuación del último día de la danza de los enanos.  Abrí los ojos, sujeté sus mejillas con la palma (je) de mis manos y le pedí que bajásemos a santa Cruz como fuera. Y como fuera fue en un Seat 127 de su padre que sigilosamente echamos calle abajo y lejos de su casa pusimos en marcha.

Conduje sin carnet y me podía más la emoción que el hecho de estar recorriendo los veintipico kilómetros que nos separaba de la Capital sin permiso para hacerlo.  Aparcando vimos cómo un hombre, a aquella edad los treintañeros eran hombres, vestido de monje caminaban hacia atrás ayudado por dos chiquillos, o sea: menos de 19.  Llevaba sus piernas amarradas por una soga de rodilla hacia arriba (de ahí la ayuda en su caminar de cangrejo) que más perecía una tortura que parte de la Danza.  En la plaza, junto a la carabela la Santa María que nunca ha navegado, una minúscula caseta a dos aguas quiero recordar y con dos entradas se convertía en una chistera mágica  pues según iban llegando los "martirizados" por la entrada trasera iban saliendo enanos al ritmo de la polca más festiva que puedas en tu vida escuchar por la entrada que daba a los ojos y las bocas abiertas. No cabían más de diez persona allí y aquello era un entrar y salir continuo hasta llenar la plaza de "diminutos" bailarines.  Me daba igual cómo lo hacían, es más ni hoy con 51 quiero saberlo...pero es magia. Sin duda una de la fiestas del mundo que tampoco te puedes perder.

Ya después, todo siguió siendo juventud y no recuerdo hasta cuándo.