Dejé el coche en el aeropuerto de Fresno, después de hacer noche en Las Vegas de regreso de Page (Arizona) y muchas ganas de dormir en Chowchilla, cerca de SF. Llevaba una mochila al hombro, mi fiel compañera de viaje, y mi plan era sencillo: llegar a la estación de guaguas y tomar una que me llevara directo a mi destino.
Pregunté en español a un americano de origen mexicano, cómo llegar a la estación de guaguas. Le expliqué mi plan, pero su expresión se volvió seria de inmediato, y me dijo que Fresno no era precisamente el lugar más seguro para alguien como yo (por la pinta de viajero), especialmente si tenía que moverme por zonas donde las pandillas suelen estar presentes. Me habló de los problemas que se dan en la esa zona de la ciudad, y me recomendó un Uber.
En ese momento, mi instinto de aventurero se sintió un poco herido. ¿De verdad era tan peligroso? Sin embargo, decidí seguir el consejo.
110 dólares
me habían salvado de una experiencia que podría haber terminado muy diferente, o no...
En el hotel, busqué qué posibilidades tuve de ser atracado, en el mejor de los casos, y era de un 67%.