martes, 2 de abril de 2013

Cuando Los Alisios se hicieron palabras


Es domingo plomizo de enero y mi hijo Álvaro escribe su nombre en la pantalla digital de su tablet, el abecedario y los número hasta el 14 (tiene 4 años y 4 meses) sólo hasta el catorce porque  “éste es mi preferido Papi”.  Cuando acaba, desliza el índice para cerrar la carpeta, pasar de pantalla con su dedillo y abrir la de los juegos.  Yo, a su lado en el portátil, tengo ante mis ojos la imagen de un manuscrito fechado en 1930 y miento si no digo que siento algo indescriptible al comparar lo que veo y lo que mi hijo tiene entre sus manos.  Me emociono al leer, delineadas, buscando cierta elegancia anglosajona: “Los Tiempos” y debajo, a pluma “Semanario playero, órgano de Vista Alegre”.  Vista Alegre es el nombre con el que se conocía a la playa de El Burrero, al sureste de Gran Canaria, desgraciadamente a escasos metros del aeropuerto.   Según mi padre, Agustín Ramírez Alemán (1914-2003) en su modesto libro “Carrizal, apuntes para la historia” ya en los años 20 se editaba en la Playa algunos periódicos manuscritos, siendo “Los Tiempos” el decano de todos, escribe.  Existían también, continua, “Informaciones”, editado por el maestro D. Juan Hernández Melián y “El Playero poético” que según mi progenitor se leía por el autor (...) en la orilla de la playa donde se reunían las tardes de verano.  Era todo en verso.

Mi padre nació en El Carrizal donde viven Los Alisios. Primogénito de una familia humilde,  no había cumplido los 6 años y ya sabía leer y escribir gracias a su madre en una época donde más del 70% de la población rural era analfabeta (González Pérez, Teresa). Pero tuvo que dejar el colegio a los 12 años sabiendo “las cuatro reglas” para ayudar en la labranza a su padre lo que a pesar de su resignación, no impidió que siguiera formándose y se convirtiera en un autodidacta.  Su formación le llevó a lo que sería su profesión: “oficinista” en varias empresas de exportación de tomates y llegó a dar clases nocturnas, lo básico, a los aparceros que se lo solicitaban.  Enamorado desde la niñez del teatro y la literatura se unió a aquel grupo de jóvenes que en 1933 fundan tomando como experiencia “Los Tiempos”:  El Costero.   

Empezaron con números manuscritos  y siguieron otros mecanografiados.   Pronto contactaron con el periódico La Crónica de Las Palmas de Gran Canaria y aquel panfleto veraniego pasó a ser un periódico de imprenta que ellos mismos distribuían por los pueblos en un Morris alquilado y se divertían, según cuenta mi padre, vendiéndolo por el Sureste a 0,15 céntimos.  Es de justicia nombrar a aquellos jóvenes que iniciaron una experiencia sin precedente en la isla en una esquina del Atlántico llamada El Burrero.   Director:  Juan González Ramírez. Redactor jefe:  Agustín Ramírez Díaz. Redacción y administración: Argimina Medina Quintero,  Sebastián y José Sánchez Ruano, Tomás y Miguel González Hidalgo, Pedro Valerón Fonseca, Juan y Heliodoro Valerón Martín, Sebastián Sánchez González, domingo Chil Viera y Agustín Ramírez Alemán.

Recuerdo a mi padre hablar de aquella experiencia que sin duda llevó dentro toda su vida.  En los años 60 retoma el Teatro costumbrista perdido en la memoria de quienes todos los domingos les veían actuar en los almacenes de tomate en escenarios improvisados.  Es en esta época donde comienza a colaborar en La provincia y el Eco de Canarias con sus artículos que no distaban, en contenido,  de aquellos que escribía en El Costero.  Prolífico en sus artículos y antes de que el tiempo y los “roedores” acabaran con el papel, digitalicé en los 90 toda su obra, si me lo permiten, periodística para que hoy se sepa que hubo un periódico en El Carrizal y que dentro de muchos años lo sepa la generación de mi hijo por mucho que avance la tecnología.  

Mi padre es homenajeado por un grupo de vecinos en agosto de 2012 junto a otros colectivos y personas de El Carrizal reconociéndole a título póstumo su dedicación altruista a la cultural de su pueblo por la Orden del Cachorro Canario en un acto emotivo en el Centro Cívico de El Carrizal.  Y cuando Álvaro sepa leer y contar más allá del 14 tendrá el carné de esa biblioteca y entonces, cuando lea el nombre en vinilo pegado a la pared le diré que es el nombre de su abuelo y que la silueta, esbelta, apoyada con elegancia en un bastón y un libro bajo el brazo en la entrada es él: Agustín Ramírez Alemán.

Aquellas palabras manuscritas de “Los Tiempos” se convirtieron en El Costero y éste en memoria. Y es la memoria la que nos hace inmortales.