domingo, 31 de mayo de 2015
"Un buen mecanógrafo no se mide solamente..."
Desde la segunda planta, los teclados rompían el silencio de aquel callejón que olía a adelfas. Era la Academia de Lolita Verona. Mi hermano Roque y yo dejábamos nuestras bicis tiradas en la entrada, donde ahora dejamos nuestros coches y subíamos a ver a las chicas (es lo que tiene los 9 años). Al fondo, mi madre dictaba a quienes ya se acercaban a las 300 pulsaciones por minuto. Nuestro padre leía en la mesa o preparaba el manuscrito de algún artículo. Nadie levantaba la cabeza del libro, nadie miraba el teclado. Y cuando subo como este último domingo de mayo a esa planta, siento lo mismo que entonces... porque aún, aún en cada hueco dormido de sus paredes se esconden las palabras dictadas, los consejos de mi madre, las sonrisas dormidas de aquella Academia a la que tanto debemos.