¿ Quién, a los 16 años no ha querido una moto? Yo no podía tener ni una bici. Él se ha estrenado en un circuito con su R125. Los sueños cumplidos a esa edad son más que sueños.
martes, 17 de junio de 2025
sábado, 8 de marzo de 2025
DESPACIO Y CON BUENA LETRA
Nací en una cuartería, en un cuarto de paredes delgadas donde el viento se colaba como un huésped más. La pobreza no era un concepto abstracto, era el pan de cada día, o la falta de él. Crecí con la certeza de que los sueños se arrugaban como la ropa blanca que colgaba en los tendederos de mi infancia.
De niño miraba las calles polvorientas, imaginando que algún día las recorrería sin la carga de la miseria sobre mis hombros. La adolescencia, en Carrizal, no fue mejor. Fue un tiempo de desconsuelos, de aprender que la vida a veces solo da golpes y rara vez da tregua. Pero aprendí a seguir adelante, a no rendirme, aunque a veces el horizonte pareciera un muro infranqueable.
Y entonces, llegó mi hijo. En él veo lo que nunca tuve. No solo en lo material, sino en la libertad, en la certeza de que el mundo no es un enemigo al que hay que burlar, sino un espacio donde se puede vivir con dignidad. Él monta una Yamaha R1, y cuando la veo, no veo solo una moto. Veo velocidad, viento, la posibilidad de escapar del peso de la tierra.
Las motos son así, un símbolo de lo que siempre quise: movimiento, independencia, un instante donde todo es puro presente. Y ahora lo saboreo con viajar. Pero no hay que perder el norte. Sé que una máquina como esa, porque tengo una (Honda, por supuesto), puede ser un arma de doble filo, que la adrenalina puede nublar el juicio y convertir la libertad en tragedia.
Por eso, cuando lo veo enfundarse el casco y encender el motor, no puedo evitar recordarle: "Disfruta, pero respetala"
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miércoles, 8 de enero de 2025
Un viaje más
Decidí hacer mi viaje en solitario a Egipto estas navidades. Desde el momento en que pisé El Cairo, y luego Guiza , la sensación de estar en un lugar cargado de historia, ajetreo de coches, gurgonetas destartaladas, carros, tuc tuc, y viandantes que caminan entre ellos, fue impactante. Frente a las majestuosas Pirámides, me quedé sin aliento. Tocar su piedra fue tocar 5000 años de historia, y la Esfinge con su expresión enigmática, parecía custodiar ese tiempo.
De Guiza llegué hacia Saqqara, hogar de la menos célebre pero igualmente fascinante pirámide escalonada de Djoser. Aunque no recibe tanta atención como sus hermanas mayores, me impactó por su carácter único y por las decoraciones de las tumbas cercanas. Las paredes de las mastabas estaban cubiertas con relieves que parecían contar historias antiguas; escenas de banquetes, pesca y danzas que parecían cobrar vida.
Mi siguiente destino fue Asuán, al que llegué tras un vuelo breve pero emocionante y normal retraso, pero no tenía prisa. Me hospedé en la mágica isla Elefantina, un lugar en medio del Nilo, donde el tiempo se ha detenido pero que desgraciadamente es abordada por los viajeros de los cruceros, como si de un circo se tratase, a diario. Aunque dejan dinero, lo que les viene muy bien. Los nubios que habitan allí, con su hospitalidad genuina, me hicieron sentir como en casa, y me enseñaron que la sencillez puede ser una de las mayores riquezas.
Desde Elefantina, emprendí una excursión a Abu Simbel, partiendo mucho antes del amanecer. Llegar al templo cuando el sol, protagonista en su interior, apenas empezaba a despuntar fue una experiencia deseada. Las enormes estatuas de Ramsés II parecían guardianes de otro mundo. Fue otro momento de absoluta conexión con el pasado.
Otra aventura partió desde la isla Elefantina hacia Luxor, atravesando el valle del Nilo durante cuatro horss en un taxi cuyo chofer solo hablaba árabe. La travesía fue tan surrealista como fascinante; cada pocos kilómetros, el conductor se veía obligado a pagar pequeños sobornos a los policías en los controles que solo me miraban. Aunque me desconcertó al principio, pronto comprendí que era simplemente parte de la vida cotidiana en Egipto.
En Luxor, el Valle de los Reyes me dejó sin palabras. Caminar entre esas tumbas excavadas en la roca, algunas aún vibrantes con los colores de hace miles de años, fue un recordatorio de la obsesión egipcia por la vida después de la muerte. El Templo de Karnak, con sus columnas colosales y sus jeroglíficos que parecían extenderse hasta el cielo, era igualmente impresionante. Cada rincón estaba impregnado de una energía que hacía que me se sintiera pequeño ante el siempre presente pasado.
Durante todo el viaje, la hospitalidad de los nubios fue un faro constante. En un país donde las normas de conducción eran, como mínimo, desconcertantes, nunca me sentí inseguro. Los egipcios, con su cálida sonrisa y su disposición para ayudar, me demostraron que su país es mucho más que monumentos y paisajes: es una tierra de corazones generosos.
Cuando finalmente dejé Egipto, sentí que llevaba conmigo no solo recuerdos, sino también un pedazo del alma de la cuna de la Civilización. Cada amanecer, cada mirada al Nilo, cada sonrisa compartida con un local hizo que este viaje en solitario fuera, sin lugar a dudas, el mejor que he hecho hasta el momento.
Egipto recibe millones de Euros diarios por el turismo de cualquier tipo, pero es desalentador ver cómo el gobierno, no invierte en infraestructuras básicas.
sábado, 4 de enero de 2025
En el Nilo
Hoy no dejo solo una isla; dejo, un cachillo de mi alma. La isla Elefantina no es solo un lugar, es una sensación que traigo, un recordatorio de que la verdadera riqueza está en la simplicidad y la conexión humana, que a muchos y muchas les falta. Un pueblo maravilloso los Nubios.
sábado, 23 de noviembre de 2024
FRESNO
Dejé el coche en el aeropuerto de Fresno, después de hacer noche en Las Vegas de regreso de Page (Arizona) y muchas ganas de dormir en Chowchilla, cerca de SF. Llevaba una mochila al hombro, mi fiel compañera de viaje, y mi plan era sencillo: llegar a la estación de guaguas y tomar una que me llevara directo a mi destino.
Pregunté en español a un americano de origen mexicano, cómo llegar a la estación de guaguas. Le expliqué mi plan, pero su expresión se volvió seria de inmediato, y me dijo que Fresno no era precisamente el lugar más seguro para alguien como yo (por la pinta de viajero), especialmente si tenía que moverme por zonas donde las pandillas suelen estar presentes. Me habló de los problemas que se dan en la esa zona de la ciudad, y me recomendó un Uber.
En ese momento, mi instinto de aventurero se sintió un poco herido. ¿De verdad era tan peligroso? Sin embargo, decidí seguir el consejo.
110 dólares
me habían salvado de una experiencia que podría haber terminado muy diferente, o no...
En el hotel, busqué qué posibilidades tuve de ser atracado, en el mejor de los casos, y era de un 67%.